domingo, 11 de julio de 2010

La emoción de ser españoles


Estamos a pocas horas de ver a la Selección Española jugar la final del Mundial de Fútbol que se ha celebrado en Sudáfrica. Con motivo de nuestros éxitos en este campeonato se ha visto una inusual imagen en nuestras calles: miles de banderas de España, portadas por gentes de toda edad, origen y condición, en las celebraciones de los cuartos y la semifinal, y ahora también en balcones y coches.

Las celebraciones en las principales plazas de todas las ciudades, incluidas las del País Vasco y Cataluña, nos han mostrado imágenes casi inimaginables hace unos años. Miles de personas emocionadas con los éxitos de su país, por los goles de 11 jóvenes con botas de tacos y calzón, que han llevado el nombre de España por todo el mundo, y esta vez para que se hable bien de él.

Pertenezco a una generación que ha nacido y ha crecido en democracia. Libres de concepciones preestablecidas hacia nuestros símbolos nacionales, lejos de una disputa fratricida que marcó el siglo pasado, y que hemos vivido sin complejos ni hipotecas.

Y creo que esta generación, que hemos podido ver unos cuantos fracasos españoles en mundiales y europeos futbolísticos, salió a la calle masivamente con la victoria en la Eurocopa, y ha estallado definitivamente con las sucesivas eliminatorias del Mundial, contagiando a la sociedad española de la euforia y la emoción vivida. Esta emoción, tras muchos meses de solo hablar de crisis, paro y hundimiento nacional, ha contagiado a toda la sociedad, y ha hecho también que nuestros niños solo conozcan una selección ganadora, que triunfa allá donde va, y a la que solo le aceptamos la gloria.

Si todo va bien, y Villa, Pujol, Pedrito, Torres o cualquier otro marca esta noche el gol de la victoria, cientos de miles de españoles volveremos a salir a la calle a celebrar la victoria, a reir y llorar por ver un nuevo éxito en nuestra historia, y a ondear banderas con los colores rojo y gualda, colores que hemos llevado por el mundo desde la época de Carlos III, con la única excepción de la II República.

Colores que resumen una historia sin par, de un imperio en el que no llegaba a ponerse el sol, de ser el único país del mundo que pudo parar la invasión musulmana, de una tierra que dio cientos de héroes, cuya historia no puede olvidar batallas épicas. Colores que también tuvieron que recoger la sangre derramada en algunas derrotas, pero que han forjado una historia sin par que muchas veces nos empeñamos en olvidar.

Estos colores los hemos tenido demasiado tiempo encerrados en un cajón, cambiándolos por otros que no siempre han fomentado la cohesión sino la disgregación y el enfrentamiento. Ahora, aunque haya tenido que ser gracias al fútbol, ese negocio que mueve más del 1% de nuestro PIB, vemos nuestra bandera nacional en los balcones, en los coches, en las empresas, en infinidad de artículos en casi todas las tiendas, y la llevamos en nuestra indumentaria, hasta pintada en nuestra cara o nuestro pelo.

Esta noche, cuando suene el himno nacional del lorquino Pérez Casas basado en la Marcha Granadera, veremos ondear la bandera, veremos once deportistas dispuestos a darlo todo a miles de kilómetros de aquí, y podremos sentir la emoción de ser españoles, de que nuestro país esté haciendo algo grande, con millones de españoles siguiéndolo a la vez, y admirar como conquistamos esa Copa del Mundo de la que nunca hemos llegado a estar tan cerca.

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Y como nunca una naranja llegó tan lejos, aquí dejo la canción del 82. A por ellos, que Naranjito seguro que hoy acaba con la Naranja Mecánica.




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