martes, 11 de septiembre de 2007

El día que cambió la historia.

Recuerdo perfectamente aquellos momentos. Pasaban unos minutos de las 3 de la tarde, acababan de empezar los telediarios. Pero todos hablaban de la misma noticia: una “avioneta” se había “accidentado” contra una de las Torres Gemelas de Nueva Cork. En directo, con una imagen del lugar por donde entró aquella “avioneta”, se apreció una llamarada unos metros más abajo: “la otra torre, la otra torre”.

Todo el mundo se quedó aturdido en ese momento. Era increíble lo que estaba pasando. Un accidente podía pasar. Pero dos avionetas contra las dos Torres Gemelas, en pocos minutos, no podían ser simples accidentes. Millones y millones de personas por todo el mundo lo estábamos contemplando.

Era una sensación muy extraña, aquello no parecía real. Esos espectaculares edificios ardiendo. No eran avionetas. Eran grandes aviones de pasajeros los que se habían estrellado contra ellos. Y en pocos minutos se desmoronaban como frágiles castillos de naipes. Magnas obras de ingeniería, convirtiéndose en polvo y escombro en cuestión de minutos. Pero no eran simples aviones y edificios. Los cuatro estaban repletos de personas. Personas inocentes que fueron vilmente asesinados por otras personas.

Criminales terroristas que acababan de cometer el mayor atentado de la historia de la humanidad. Y todo retransmitido en directo por televisiones de todo el mundo. La globalización también había llegado al terrorismo. Cientos de millones de espectadores asistían en tiempo real a la macabra función. El mundo se daba cuenta de su indefensión ante el terrorismo, convertido en un movimiento global, más allá de fronteras y conflictos regionales. Tras una década de progreso y transformaciones desde la caída del Muro de Berlín, una nueva amenaza se presentó, sembrando de muerte y miedo la capital del mundo del nuevo milenio.

Y yo estaba allí, delante de una televisión, viendo como la CNN mostraba las imágenes de la tragedia. Un joven de 16 años que no entendía por qué sucedía aquello. La gente se tenía que tirar por la ventana para no morir calcinada o asfixiada.

Y en un momento, sólo quedaba una torre. Carreras, polvo, y muerte. Y los equipos de emergencia que intentaban ayudar a sus conciudadanos, atrapados por los escombros, dando su vida mientras intentaban salvar la de otros.

El terrorismo no puede tener ninguna justificación, se llame como se llame y venga de donde venga. Ninguna idea se puede defender con la violencia. Nadie puede disponer de la vida de sus semejantes.

España lleva años sufriendo la barbarie terrorista. Y mientras EEUU se unió para acompañar en el dolor a sus víctimas y para defenderse de sus ataques, España se sigue enzarzando en discusiones inútiles y despreciando a las víctimas, que son siempre las que salen perdiendo.

No hace tantos años, había que sacar a los muertos por la puerta de atrás y se solía decir: “algo habrá hecho”. Y esto sobre unos verdaderos héroes, los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y del Ejército. Nunca estaremos lo suficientemente agradecidos hacia ellos.

En los pocos años que tengo, he visto bastantes atentados que deberían hacer hecho reaccionar ya a esta sociedad. Algunos nombres los tenemos en el recuerdo, otros son simples cifras. Todos merecen nuestro respeto y agradecimiento.